martes, 19 de septiembre de 2017

Paralelismo propagandístico


Hay recuerdos de la infancia que no se borran, por muy niño que uno fuera al recibirlos. Recuerdo que al advenimiento de la II República se montó un amplio dispositivo propagandístico en descrédito de la recién derrocada Monarquía. No me voy a parar a analizar motivaciones que ya ha estudiado la Historia, sino a expresar mi experiencia personal infantil, decantada por los conocimientos que después, como hombre que madura, he ido teniendo.
Me extraña a mi que, en el montaje de aquel dispositivo propagandístico de descrédito, no se escatimó el empleo de lo que, para aquel entonces, eran medios modernísimos. Todos los gramófonos de todos los sitios públicos, insistentemente, daban el disco con la narración del fusilamiento de Galán y García Hernández, con todo lujo de detalles y hasta con las descargas del pelotón.
Lo ponían en bares, en los programas de las escasas radios que ya comenzaban a haber, lo difundían los altavoces de las casetas de feria. Yo creo que hasta lo regalaban dese esferas oficiales para que fuera conocido.
Otra cosa que recuerdo eran unas postales, que creo daba la casa Bayer, con pinturas fosforescentes (por regla general con las figuras de un belén) que tras exponerlas un rato a la luz, al verlas después en lugar más oscuro, resplandecían. Había también otras parecidas pero con perfiles en blanco y negro fuerte que, tras mirarlas un rato fijamente, se grababan en la retina hasta el punto de mirar al cielo y verlas allí o a cualquier sitio que se mirara. Pues bien, tras el advenimiento de la República, se repartieron a los niños grandes cantidades de estas postales, pero con la figura de Pablo Iglesias o algunos otros líderes principalmente socialistas, ya que el socialismo fue nervio y sustancia de la República.
Otras cosas absurdas e insólitas recuerdo de mi infancia, aunque comiencen ahora a parecerme menos insólitas. En la pared del convento de Santa Clara y muy cerca del tejado, hay grabado quizás con un clavo una pequeña silueta de una cruz sobre escaleras. No tendrá más de 20 centímetros de alto el dibujo y hay que tener muy buena vista para identificarlo desde la calle, pero se daba el caso de que esa calle era paso obligado para ir a la “Casa del Pueblo”, y no sé por qué razón a los que frecuentaban ese centro socialista de aquel entonces les dio por decir que aquello era una provocación, formándose hasta corrillos de estas gentes delante del convento pidiendo que la cruz se quitara, con el lógico susto desde las monjas de clausura que veían estos corrillos, en ocasión con actitud amenazante. Confieso que nunca llegué a entenderlo, pero la cosa sucedió tal la cuento.
Ahora, no sé por qué, todo el insistente y reiterado recuerdo que la izquierda tiene sobre el 23-F, el manejo de la propaganda, también reiterante en su favor —de forma hábil, hay que reconocerlo—, las mezclas de un pseudo intelectualismo cultural con sus doctrinas y consignas, el ir consiguiendo objetivos de un antiguo programa, superado por otras ideas, pero no por ellos: el aborto, las nacionalizaciones encubiertas llegadas y por llegar, me traen a las mientes un paralelismo con aquellos tiempos que, al fin y al cabo, son una vuelta atrás o una revancha aplazada.
Diario HOY, 3 de marzo de 1983

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