lunes, 4 de septiembre de 2017

Pena y alegría por la marcha del Papa


Menos mal que se ha marchado ya el Papa”, me decía ayer un amigo mío cuando charlábamos sobre la visita del Santo Padre. Me extrañó, ciertamente, este deseo porque le considero un hombre religioso, practicante y hasta podría decir “vaticanista”, del que me consta que no se ha perdido una de las retransmisiones que la televisión ha hecho de la visita del Sumo Pontífice, de las que me confesaba que había visto hasta los resúmenes y viajado a Guadalupe con toda clase de incomodidades para poder estar cerca de Juan Pablo II.
Él mismo me aclaró este deseo y tuve que confesarle que coincidía con él y posiblemente con muchos  de ustedes. Muchos españoles como mi amigo han estado con el alma en vilo porque al Papa le pudiera ocurrir algo en nuestro suelo. Mejor diría para que nada le ocurriera ni en nuestro suelo ni fuera de él, ya que cualquier accidente, cualquier atentado, hubiera ensombrecido la calidad del recibimiento sincero que todos los españoles le hemos hecho y aún el gozo que se manifestaba en el propio Papa,  del que hemos de decir que se encontraba a gusto entre nosotros. Es más, todas esas pancartas de “Quédate con nosotros” eran ciertas y sentidas, pero al lado de ellas el hombre meticuloso piensa que pueda ocurrir cualquier cosa a este huésped excepcional, y no vive para ello, y hasta reza porque no ocurra nada y porque todo vaya saliendo como ha salido, sin una sombra que pueda ensombrecer el afecto de un pueblo volcado en amor al Santo Padre, y el de un Pontífice que disfruta viendo la sinceridad de ese afecto.
Yo, como mi amigo, hubiera deseado que el Pape estuviera más tiempo aquí, pero hemos de confesar que nos preocupaba su vida y hasta su salud. En más de una ocasión hemos oído decir que “tenía cara de cansado” y que “era mucho lo que le estaban haciendo recorrer”, así como otras frases que mostraban esa preocupación que todos los españoles —confesándolo o no— hemos tenido por el Santo Padre. Ahora, justo es confesarlo —como hace mi amigo— estamos satisfechos por su visita y muy contentos de que haya llegado sano y salvo al Vaticano porque su vida, para mi amigo y para muchos, había que guardarla como la propia.
Por eso luchamos ahora con esos dos sentimientos encontrados: el dolor de que se haya marchado y al mismo tiempo la satisfacción de que todo haya salido bien.
Diario HOY, 11 de noviembre de 1982

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