miércoles, 18 de octubre de 2017

El raro privilegio de Portezuelo

Dentro de la historia de Cáceres y sus pueblos hay cosas poco conocidas, y menos estudiadas, que suelen llamarnos la atención por tratarse de aspectos o privilegios realmente insólitos.
Un caso de éstos, al que yo le he dado muchas vueltas sin lograr encontrar razones para ello, es el caso del pueblo cacereño de Portezuelo.
Esta pequeña población está a la derecha del río Tajo, en la falda norte de la cordillera que cruza la provincia, paralela al mismo, en lo que fue viejo camino de Cáceres a Coria, y hoy es carretera, cerrando un puerto de dichas montañas —de donde creo le viene el nombre… y tenía un fuerte y viejo castillo, que hoy es pura ruina, y que últimamente perteneció a la Orden de Alcántara, que celebró en el mismo algunos de sus últimos capítulos. Todo esto es historia pasada, como lo es lo que voy a contar.
Este pueblo de Portezuelo tiene el rarísimo privilegio que creo es único entre los pueblos de España, que le fue concedido por el Rey Carlos I, de poder examinar y dar su correspondiente título a los maestros de cualquier oficio mecánico pudiendo ejercer en todos los pueblos del reino e impedir que otro lo ejerciese si no tenía autorización concedida por esta villa o por otra que tuviese igual privilegio.
Como puede verse, Portezuelo debería ser algo así como una especie de universidad salmantina en lo tocante a las artes mecánicas, aunque no a las letras, a que ningún maestro de oficios podría llamarse tal si no había sido examinado en Portezuelo.
¿Por qué este raro privilegio? Francamente no lo sé, como no sé si el propio Portezuelo se tomó en serio el título concedido por el Rey y ejerció como tal universidad de oficios durante algún tiempo; ni si había maestros allí que pudieran juzgar y ejercer tal disciplina.
Hay que pensar que cuando un Rey como Carlos I otorgaba un privilegio de tal amplitud debería tener sus razones para ello, pero tampoco consta en documento el por qué de lo raro de la concesión, ni la forma de desarrollar tales exámenes para los que, por lógica, debió existir una especie de reglamento. Esperemos que algún investigador futuro ponga todo esto en claro.
Diario HOY, 3 de diciembre de 1983

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