miércoles, 25 de octubre de 2017

La difícil gestión municipal


Yo sé que la labor municipal, dentro de las labores de gestión política, es la más difícil porque es la que se hace en contacto inmediato con el pueblo, que la juzga día a día y suele ser drástico en admitir la teoría si no ve inmediatamente la práctica de esa gestión y nota que lo conseguido en gestiones anteriores se les viene deteriorando en cotas ya conseguidas que hay que mantener, como pueden ser: el alumbrado de sus calle, la vigilancia de ellas, la proliferación de baches en calzadas y acerados sin que se repare, el aumento de la inseguridad ciudadana, la falta de aparcamientos. En fin, esas pequeñas cosas que se disfrutan o padecen a diario, que son el “termómetro primario” por el que mide el pueblo.
Al pueblo le importa menos la teoría de que se está trabajando en un mejor sistema impositivo, ni la promesa de que se va a agilizar la construcción de viviendas o la disciplina urbanística; lo que le importa es que, al par que se hace eso —que no se ve— se reparen los baches, en los que a diario se destroza los tobillos, o las tapaderas de los tragantes en los que puede romperse una pierna, o las luces de su calle que no lucen y nadie repara, o los pasos de peatones que no se pintan y en los que se juegan la vida a diario. El pueblo pide que la atención a lo teórico —que se verá en el futuro— no lleva implícito el abandono de la reparación diaria y nadie se ocupe de arreglar lo que se deteriora. El pueblo es así de primario y con esa sencillez primaria juzga las gestiones de una corporación y dice, tras juzgarla, si es buena o mala.
Viene esto a cuento de las puntualizaciones que don Marcelino Cardalliaguet, primer teniente de alcalde de nuestro Ayuntamiento, hace sobre la vida municipal, en la que dice, entre otras cosas: “Parece que nuestros críticos se sienten especialmente atraídos hacia datos o hechos que sean inmediatamente perceptibles: aceras, farolas, jardines… pero no aciertan a captar todos aquellos procesos que exigen eficaz administración, que no son apreciables al primer golpe de ojo, de cualquier inexperto que desee hablar de todo sin entender de nada”. Y lo que debe entender don Marcelino es que el pueblo no duda de la gestión que no se ve, sino que dice y exige que ella puede hacerse sin dejarse deteriorar lo ya conseguido en la ciudad, lo que se ve y se padece, como son los baches, las calles sin iluminación —que antes tenían—, la vigilancia de ellas, la pintura de los pasos de cebra, etc., etc. Decir que, como índice de que “se mueven” puede servir la llamada “guerra de la leche”, “guerra de las lechugas” o cambio del mercadillo, no es decir nada, si estas “guerras” no se han ganado y se han resuelto en beneficio de la mayoría. Suscitar guerras para no ganarlas, o resoluciones a “contrapelo” de todo el mundo —como el caso del mercadillo— no puede tomarse como “tanto a favor”, sino más bien en contra. El pueblo no pide el “bullir” mucho, sino la eficacia en resolver o mantener las cosas que se vean, aunque sean esas nimiedades que hacen cómoda o incómoda a una ciudad.
Diario HOY, 31 de enero de 1984

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