sábado, 21 de octubre de 2017

Morir de amor


Lo voy a contar como se cuenta en la calle. Puede que la noticia no sea cierta y no haya forma de comprobar si lo fue o no, porque nuestra sensibilidad está endurecida y uno se resiste a creer lo que se sale del “sota, caballo y rey” cotidiano. Una mujer de Cáceres ha muerto de pesar porque a una entrañable compañía, un perrito que había criado y era la compañía de su soledad, había sido atropellado y muerto por un vehículo, días antes.
La noticia, como ven, es insólita, porque siempre ha sido al revés, suele ser el perro, ese fiel compañero del hombre, el que muere de pesar cuando su dueño fallece.
No puedo avalar la noticia, que es un rumor recogido en la propia calle, pero es edificante —de ser cierta— que nosotros, seres humanos, endurecidos por los avatares de la vida, tengamos capacidad de amor suficiente hacia un animal como para morir de amor por él.
Así de tremendamente bello es el rumor y por eso se lo cuento.
Ella se llamaba Sofía y aparte de tener parientes que la estimaban, había hecho compañero de su soledad y soltería a un pequeño perrito de lanas, que era el depositario de un inmenso cariño al que sólo un animal de esta especie sabe corresponder con sus zalemas. El perrito era el compañero fiel de cada momento, el depositario mudo de muchas confidencias, de un inmenso caudal de cariño que, posiblemente, si la vida le hubiera corrido a Sofía de otro modo, hubiera depositado en los hijos que no tuvo o en los amores de juventud que no cuajaron. Uno no puede profundizar más en el alma de un semejante al que vemos fríamente convivir con nosotros, porque nos falta a todos comunicación.
Yo sólo puedo imaginar que así fueron las cosas, basado en el desenlace que la calle afirma ha sido así, aunque quizás se equivoque.
No obstante, Sofía no aparentaba ser una mujer sentimental. Era médico y su formación era científica, pero todos desconocemos el entresijo del alma de los otros.
Y llegó un mal día en que este compañero fiel sufrió un accidente de tráfico en el que perdió la vida a la vista de su propia dueña, que no pudo hacer nada por salvarle. Cualquiera hubiera pensado que con sustituir el perrito por otro la cosa estaba arreglada, pero el amor aun a los animales— tiene estos entresijos que aún la ciencia no ha podido explicar.
Sofía cayó en un tremendo abatimiento para el que la ciencia —aun la que ella poseía, porque era médico— no tenía antídoto. La cosa se complicó y el corazón, ese músculo donde se dice está el amor, acabó saltando en pedazos.
La ciencia, que tiene une explicación fría para cada caso, ha dicho que Sofía murió de un fallo cardíaco y es el pueblo el que lo explica de otro modo. Yo no sé quién tiene la razón, pero me gusta más la segunda explicación, en la que un humano muere de amor por un “hermano perro”, como diría San Francisco.
Diario HOY, 27 de diciembre de 1983

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