sábado, 18 de noviembre de 2017

A propósito de la caza


Ayer se abrió la media veda, parece obligado el tema de la caza, tradición deportiva existente siempre en Cáceres entre todos los estamentos sociales.
Al decir de los viejos aficionados, que conocieron otros tiempos, el automóvil y el mayor nivel de vida han acabado con la verdadera afición, que antes había que ejercerla con sacrificios sin cuento, y ayer se ejercitó con toda comodidad y más por rutina que por verdadera afición al campo y las especies.
Hay controladas en la provincia más de 20.000 licencias, de las que se habían renovado unas 11.000, lo que quiere decir que hay una nube de “cazadores” motorizados —aunque lo de “cazadores” lo entrecomillo, por diferenciarlos de los antiguos, que sí eran aficionados— que saldrán a tirar a todo lo que se mueva.
Como la afición a la caza, en mi caso, ha sido familiar puedo contar viejas historias de aquel entonces que le oí a mis mayores.
Por los años veinte, en Cáceres había establecidas sólo dos “partidas” de cazadores que tiraran la tórtola. Los demás eran aficionados que salían con los cartuchos contados, a buscar algo de carne para el puchero y preferían el “pelo”, la libre o el conejo, porque tirar la “pluma” resultaba carísimo. Se daba el caso curioso de que estos aficionados cazaban sin licencia, porque la licencia era más cara que comprar de saldo, a una señora que las vendía, alguna vieja escopeta de las que intervenía la Guardia Civil y luego salían a subasta, quedándose esta señora con los lotes —funcionaran o no— que vendía “al menudeo” al cazador modesto.
Aclarado también que, en aquel entonces, la única sanción era la de recoger la escopeta al cazador que cazaba sin licencia, con lo que todo lo que podía pasar era que si uno topaba con los civiles se quedara sin el arma, que era mucho más barata que la licencia.
También los cartuchos se escatimaban y esos cazadores salían con tres o cuatro cartuchos —los contados— que disparaban sólo cuando había seguridad de matar la pieza, y que reponían —si se daba muy  bien— acercándose  al “chalet” del señor Abad, cercano a “Casa Pintada”, para rogarle le vendiera alguno más, ya que él —más por favor que por lucro— se llevaba alguno a la casa de campo. Las diferencias de entonces a ahora puede apreciarlas cualquiera, sin que queramos decir que aquéllos fueran mejores tiempos que ahora.
Diario HOY, 20 de agosto de 1984

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