Broche de lluvia

Yo no sé si aquí va a suceder que, en un solo año, nos va a llover el déficit de lluvia que tuvimos durante los cuatro anteriores de sequía; lo que sí sé es que la gente comienza a estar un poco harta de la persistente lluvia y hasta los agricultores y ganaderos que tanto la deseaban comienzan a decir que ya puede ser perjudicial para diversos aspectos de sus explotaciones.

Si esto dicen los que tanto la deseaban, piensen ustedes lo que dirán los feriantes que pagaron sus buenas pesetas por los días de feria y que han visto interrumpida, por los chaparrones, la afluencia de clientes, y sobre todo, el que el último domingo, el del cierre de las ferias, se les presentara ventoso y con lluvias desde casi la mañana a la noche, como un típico día de invierno que invitaba a no moverse del brasero. Porque esta es otra, ya metidos en pleno verano, la mayoría de las familias han tenido que volver al brasero, sea de picón o de más moderno combustible. En fin, que la feria tuvo, como suele decirse, no un “broche de oro” para su cierre, sino un “broche de lluvia” que acabó desluciendo el último día, con infinidad de cosas suspendidas, aunque otras —a trancas y barrancas— salieron adelante, como las mismas “vaquillas” de despedida, y otras más tuvieron que trasladarse a lugar cubierto, como fue la verbena de cierre, que hubo que llevar a la Caseta Municipal.

Ya hablábamos en esta misma sección de que la lluvia ha sido una constante secular de las ferias de Cáceres y que hasta se planteó en tiempos variar las fechas, pero esta es cosa que no se ha planteado el presidente actual de ellas, Agustín García, que nos decía que a pesar de todo, muchos de los que participaron han salido contentos, como la empresa taurina (aun con suspensión de un espectáculo), los de la de Muestras y los de la Caseta Municipal. “Los que peor salieron fueron los feriantes —decía— y ya veremos la forma de compensarles.”

Diario HOY, 5 de junio de 1984