sábado, 11 de noviembre de 2017

La cremallera


Hay que ver lo olvidadizos que somos los humanos. Simplemente con un invierno prolongado al medio nos habíamos olvidado de lo agobiante que son los calores y éstos se nos han venido de golpe para recordarnos que, la pequeña sombra que da un árbol, al borde de un camino o una carretera, es un oasis de fresco del que nos habíamos olvidado. Las carreteras y los caminos se adaptan a cada tiempo y, aquellas viejas carreteras bordeadas de sombre de árboles son ya un recuerdo simplemente, porque ahora en estos tiempos no se recorren a pie o lentamente, sino con vehículos rápidos en los que, no fallando el motor, no se nota la falta de una sombra para tomar aliento. En los alrededores de Cáceres aún queda alguna de “estilo antiguo” con sus ancianos árboles bordeándola, como puede ser la de la Ronda de Vadillo, paso obligado y sombreado para los muchos estudiantes de Veterinaria, que bajan a la facultad a pie, o suben de ella, y que agradecen el que siga estando a la antigua usanza, porque no todos tienen coche y el ir por la otra, de trazado moderno, a pie, es como atravesar el desierto de Sahara.
Ya ven que también, cada época, tuvo sus inventos funcionales, como fueron aquellas viejas carreteras. No es que yo esté en contra de lo nuevo, sino que reconozco lo que lo viejo tuvo de útil y aún sigue teniéndolo. Por ejemplo, en el simple cambio de pantalones de invierno, por los de verano, les puede suceder el siguiente percance: como ahora sólo llevan cremallera, resulta que como se lavaron para guardarlos y no suele tenerse otros, la cremallera se oxidó y no sube. Imagínense el pequeño drama de un padre de familia que quiere estar fresco y que se encuentra en este caso: “¿Y si le diéramos grasa?”, sugiere la esposa, pero resulta que la grasa mancharía el pantalón. “¿Por qué no te pones un imperdible?”, señala en plan chusco uno de los niños… “¡Si tuvieran botones, como tuvieron siempre!”, dice el padre harto de no poder cerrarlos teniéndose que agarrar a los de invierno por no llegar tarde al tajo, en espera de que le pongan nueva cremallera.
Para que vean cómo nos olvidamos del verano y sus calores.
Diario HOY, 12 de junio de 1984

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