lunes, 20 de noviembre de 2017

La geriatría y Ana Aslan


Hace ya tiempo, cuando las cosas estaban de otro modo y no era peligroso permanecer en las guardias nocturnas de las farmacias, principalmente en tiempo de verano, me agradaba ir a hacerle la rebotica a un amigo mío farmacéutico, persona agradabilísima con la que se podía hablar de lo divino y de lo humano que, aparte de hacerme pasar muy buenos ratos con sus ocurrencias, me agradecía la compañía. Mi amigo el boticario en cuanto a lo físico era persona calva, con una calvicie heredada de sus mayores —ya que dicen que estas cosas se heredan—, calvicie que no ocultaba a nadie, con peluquín u otros aditamentos, y de la que presumía desde sus años de estudiante, diciendo de sí mismo que no tenía un pelo de tonto.
Estando en una de estas guardias entró un cliente, incipientemente calvo, que le demandó algún producto para la caída del cabello y le preguntó si había algo efectivo para que volviera a brotar el pelo, ya que había oído o leído que no sé qué propaganda que así lo prometía y hasta le enseñó algún recorte de periódico que indicaba un determinado producto para ello. Mi amigo el farmacéutico le miró muy seriamente y mostrándole su propia cabeza le preguntó a su vez: “¿Cree usted que si en la farmacia tuviéramos algún producto efectivo iba yo a tener la cabeza como la tengo?”. En definitiva, que el cliente, con cierta desilusión, le agradeció la sinceridad y se marchó.
Pues bien, esta anécdota, que puede parecerles tonta, me vino a las mientes cuando días atrás, en la pantalla de televisión, veía a la doctora rumana Ana Aslan, especialista en sueros, tratamientos y consejos para no envejecer, hablarnos de las excelencias de sus productos y de las muchas experiencias que había realizado con los mismos. Si Ana Aslan hubiera sido una quinceña, yo hubiera creído en su palabra, pero resulta que su estampa no es la de la juventud precisamente y ello me hizo recordar al boticario de mi cuento.
Diario HOY, 8 de septiembre de 1984

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