(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
Según cuenta don Antonio Ponz, que viajó por Extremadura allá por el
siglo XVIII, en Cáceres existía la costumbre de enlutar las capillas o sitios,
dentro de las iglesias, donde se enterraban los cacereños, ya que entonces los
cementerios eran dentro y alrededor de las iglesias. “Los que son títulos —escribe Ponz— suelen distinguirse por un dosel muy alto en sus entierros, hechos de
bayeta negra; y los que no, con un paño de bayeta del mismo color y sus escudos
de armas en él, de suerte que todo el año representan éstas iglesias un fúnebre
espectáculo.” Agrega además que, según le indicaron, antiguamente, este
enlutamiento solía durar un año pero cuando él visita Cáceres la costumbre era
dejar allí las bayetas hasta que se caían a pedazos, afeando la iglesia,
Esta costumbre cacereña a los lutos utilizando telas negras, debía ser
muy antigua ya que, en los archivos municipales hay un documento de 1505 en el
que consta que con motivo de los funerales hechos en Cáceres, a raíz de la
muerte de la reina Católica Isabel de Castilla, se le pagan al mercader
principal de la villa, Álvaro de Cadaval, una cantidad por la utilización de
paños para hacer el túmulo de los funerales, dándose el siguiente detalle, que
nos informa de cómo se hacían estas cosas: “se
le pagan 265 maravedís por el daño y menoscabo que vino a un paño suyo que
pusieron sobre la tumba cuando se hicieron las honras por la reina, nuestra
señora, y 566 maravedís restantes por vara y sesmo de damasco blanco que vendió
a la villa para la cruz que se puso sobre la tumba, que son por todo lo dicho
831 maravedís”. De lo que se deduce que en los funerales por la muerte de
la reina se instaló un túmulo de paños negros, prestados, y sobre él una cruz
blanca de tela de damasco, comprada al dicho mercader Álvaro de Cadaval, que
según nuestras noticias fue el único de este apellido que figuró en Cáceres y
por lo dicho debió ser un rico comerciante venido de fuera.
Diario HOY, 31 de marzo de 1984
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