lunes, 13 de noviembre de 2017

Simplemente, Juanito Solano


La “ventana” de hoy no puede por menos que recoger la popularidad que entrañó, ayer mismo, el homenaje mutuo que Cáceres le dio al maestro Solano, y el maestro le dio a Cáceres, porque en todo ello hubo un efecto de ósmosis que volvió la oración por pasiva y ya no sabía uno si era Cáceres o el maestro el que recibían el homenaje.
La pléyade de artistas que acompañó al maestro hicieron ese homenaje a su persona pero también a su Cáceres natal, porque lo más curioso de todo eso es que el homenaje, para decirlo con palabras musicales, se salió de la “partitura” y se metió en el “improntus”; se salió de lo programado con el cerebro para meterse en la improvisación de lo que programa el corazón. Lo popular rebasó lo oficial, y ello fue el mejor acierto que el homenaje tuvo.
La cosa comenzó en la calle Soledad, en la que había nacido el maestro Solano, Juanito Solano para los cacereños y Juanito Solano para Cáceres. Lolita Sevilla improvisó una canción, a pleno pulmón y en la cale, que fue la consecuencia de dejar el protocolo y entrar de lleno en el afecto. Se sumaron otros, se hicieron coro todos los presentes, cantó el propio Juanito Solano, se bailó “El Redoble” —el himno folklórico de Cáceres— y Juanito Solano se sintió transportado a sus años mozos y de niñez, porque el vecindario de la calle se sumó, espontáneamente, a todo ello.
Había quien recordaba cuando tocaba el piano en “Los Luises”, vistiendo pantalón corto; alguna vieja vecina le recordó sus diabluras de infancia. Se agolparon los recuerdos y él mismo se vio niño jugueteando en la imprenta de su padre, Máximo Solano, y quedándose extasiado con las canciones que “Miguel el Ciego” tocaba en su vieja guitarra, o recorriendo las calles acompañando, como un muchacho más, a la banda de música que dirigía don Arturo.
La vieja casa y las viejas gentes volvieron a metérsele de rondón en el corazón que, a punto de estallar, optó por el consuelo de las lágrimas o por cantar su viejo “Redoble”, que todo el pueblo, el autóctono y el llegado, corearon, bailaron o palmearon en ese homenaje mutuo de que hablamos.
Juanito Solano está donde estuvo siempre, en el propio corazón de Cáceres.
Diario HOY, 30 de junio de 1984

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