jueves, 16 de noviembre de 2017

Una anécdota de Carlos V, en Yuste


Entre las muchas anécdotas que se cuentan del Emperador Carlos V, en Yuste, hay una que en su tiempo llamó poderosamente la atención y de la que posteriormente se ha hablado más bien poco, como fue el capricho del Emperador de presenciar, en vida, su propio funeral. Siempre se ha tomado esto como una genialidad más del “César del Mundo”, sin ningún antecedente histórico, pero lo tiene,
Resulta que estando en Yuste el Emperador, se enteró de que a don Diego de Jerez, protonotario y deán de la catedral placentina, se ha habían hecho los oficios por su alma antes de fallecer.
Esto quiere decir que la genialidad la tomó el Rey de lo que don Diego de Jerez había mandado, y comenzó a madurar la idea.
En definitiva, que se trazó todo como si el propio Emperador hubiera muerto y hasta se puso su cuerpo en el suelo como si tal cosa hubiera sucedido, pasando el pueblo llano a contemplar al propio rey,  en apariencia muerto. De este asunto, escribe fray José de Sigüenza que “fue un espectáculo que causó a todos los presentes infinidad e lágrimas y suspiros, llorando tanto como si de hecho se hubiera muerto el Emperador”. Algunos creyeron de buena fe que tal cosa había sucedido, y se cuenta que una vieja pasó a contemplar lo que ella creía el cadáver del rey, y comentó, más o menos: “Parece mentira que un hombre tan pequeñajo tuviera amedrentado al mundo”, cosa que al parecer causó gran risa al fingido cadáver de Carlos V, y el lógico “corte” como se dice ahora, a la vieja parlanchina.
Diario HOY, 5 de agosto de 1984

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