viernes, 17 de noviembre de 2017

Una disquisición sobre los caracteres


Hay personas curiosas, que se fijan en todo y personas despistadas que cuando miran un canario, preguntan dónde esconde las otras dos patas, por creer que tiene cuatro.
Llegué a conocer a un viejo coronel, del que apareció una vez una fotografía en el periódico, que murió sin llegar a comprender porqué en la fotografía había salido a la izquierda lo que estaba a su derecha y a su derecha lo que estaba a su izquierda, porque el “cliché”, transparente, por error, se había puesto al revés.
Quiere esto decir que no todas las personas son iguales por mucho que nos empeñemos en ello y que cada cual lleva a los cargos el talante y el carácter que Dios les ha dado y que difícilmente se modifica con el tiempo, por eso se dan en la vida los caracteres optimistas y los pesimistas. Entre estos últimos están los que se repiten continuamente: “Esto se hunde”, aunque el futuro esté clarísimo y sonriente; o los que se están muriendo toda la vida (como si no nos estuviéramos muriendo todos desde que nacemos) narrándote todas sus pachucheces y sus males como si se gozaran en ello. En contraposición están los optimistas hasta el exceso, los que todo lo ven de color de rosa, aunque el mundo —realmente— se esté hundiendo en su alrededor y te repiten una y otra vez: “Aquí no pasa nada, hombre, es que la vida evoluciona”, lo que quiere decir que los extremos, aun también en los caracteres, son malos y es difícil encontrar el hombre equilibrado que esté justo entre esos dos extremos y vea las cosas como realmente son en cada momento. Esto es extremadamente peligroso en los cargos públicos donde debe exigirse un realismo de las cosas por lo que es tan difícil dar con el hombre para ellos que, a mi parecer, era los que buscaba Diógenes con la linterna.
Diario HOY, 12 de agosto de 1984

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