sábado, 23 de diciembre de 2017

La caza de ayer y hoy


La verdad es que el asunto de la práctica de la caza, llámesele deporte, ejercicio o afición, se está poniendo difícil para los que ahora la practican, lo que para mí creo es debido al indudable aumento del nivel de vida, que aunque se nos esté deteriorando últimamente, está muy por encima del que alcanzaron a conocer nuestros padres y abuelos, y los que en aquel tiempo practicaban este deporte, ejercicio o afición al que llamamos caza. La masificación de este deporte está dando al traste con las formas clásicas de practicarlo y es la causa de que escaseen las distintas especies, aun aparte de que muchas que eran antes piezas de caza han pasado a estar protegidas. Por simple entretenimiento vamos a recordar cómo se hacía la caza antes y cómo se hace hoy día.
Comenzaremos diciendo que en la época a que me refiero —la de nuestros padres— no era fácil ni cómodo ser cazador. Como era un privilegio tener coche, los desplazamientos a los “cazaderos” tenían que ser, preferentemente, a pie o en bicicleta (la moto no se había divulgado ni el “seiscientos” tampoco), algunos privilegiados tenían coche, pero eran los menos, y otros lo arrendaban, pero también eran escasos. Quiere todo esto decir que los desplazamientos no podían ser muy lejos y los terrenos alejados, por esa razón, mantenían sus reservas de caza casi intactas; aparte de que por esas incomodidades que la caza suponía, el número de cazadores era muy reducido. Entonces no era fácil —como ahora— salir con el coche unas horas al campo, tirar caza, y regresar a comer. La caza implicaba madrugones para estar en el cazadero a tiempo, machacarse todo el día andando y regresar del mismo modo o en bicicleta, para llegar a casa con la noche entrada y hecho polvo, lo que quiere decir que el número de verdaderos cazadores era muy reducido.
Por otra parte, como ya he dicho, el nivel de vida era muy escaso y el cazador modesto, como era entonces la mayoría, se lo tenía que hacer todo.
Recuerdo mi infancia, ayudando a mi padre a cargar cartuchos —ya que yo tuve un padre cazador empedernido—, porque entonces era privativo comprarlos cargados en la tienda. Todo el trabajo que esto suponía hay que haberlo vivido para saberlo: poner pistón a cada cartucho vacío —a lo mejor aprovechado un montón de veces—, medir la carga de pólvora de cada uno, fabricar los “tacos” con cartón fuerte, medir el perdigón y “embutir” todo ello en cada cartucho, uno por uno, para “rebordearlos” con una maquina después. No, no era fácil ser cazador y por ello el actual ejercicio de la caza, con toda clase de comodidades, no parece tener nada que ver con aquello que, no sé si por gracia o por desgracia, ha pasado a la historia.
Diario HOY, 13 de agosto de 1985

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